San Pablo suspendió las clases presenciales durante casi todo 2020. El riesgo de abandono aumentó un 365% y sus alumnos solo aprendieron a distancia un cuarto de lo habitual.
San Pablo dispuso el cierre de las escuelas en marzo de 2020. Suspendió las clases presenciales en el mismo momento en que lo hizo casi toda Latinoamérica, ante la llegada amenazante del Covid-19. A diferencia de buena parte de la región, el estado brasileño sí se preocupó por medir el impacto de la falta de presencialidad. Los resultados, publicados en los últimos días, son alarmantes y permiten vislumbrar también el daño en los países vecinos.
Durante 2020, la inmensa mayoría de los sistemas educativos -Argentina, entre ellos- discontinuó las pruebas estandarizadas. San Pablo, al contrario, optó por medir los aprendizajes y sostener las evaluaciones. Esos datos, gracias a una alianza entre la Secretaría de Educación del Estado y el Banco Interamericano de Desarrollo, pasaron a manos de la Universidad de Zúrich, donde se encargaron de analizar la información.
En la secundaria, de acuerdo al estudio, el riesgo de abandono escolar aumentó un 365%. Si bien las chances de deserción varían con el impacto que la pandemia tuvo en cada comunidad, el factor que en verdad mueve la aguja es la ausencia de clases presenciales. De hecho, identificaron al menos un 247% de mayor riesgo de que los chicos no vuelvan a la escuela en los municipios menos afectados por el Covid-19.
Guilherme Lichand, profesor de Economía del Bienestar y el Desarrollo de los Niños en la Universidad de Zúrich, explicó el procedimiento: “Como la mayoría de los demás estados, San Pablo reinscribió automáticamente a todos los estudiantes en 2021. Es decir, oficialmente experimentó un 0% de abandono en secundaria contra un 10% en un año normal. Entonces, para detectar el riesgo con anticipación nos basamos en un proxy: el porcentaje de estudiantes sin calificaciones oficiales en matemática y portugués, que predice muy bien los abandonos”.
El abandono escolar refleja sin dudas la peor cara de la pandemia educativa. Pero también, entre aquellos estudiantes que continúen en la escuela, habrá huellas a largo plazo. Las pruebas de aprendizaje que hizo San Pablo en la secundaria así lo muestran. Los puntajes promedio cayeron abruptamente, tanto que según las estimaciones los alumnos aprendieron tan solo el equivalente al 27,5% -poco más de un cuarto- de lo que aprenden en un año habitual, con clases presenciales.
Lo llamativo es que tan solo un par de semanas después de definir el cierre escolar, para mediados de abril, el gobierno local ya había lanzado una plataforma digital y dos canales de televisión dedicados exclusivamente a que los chicos siguieran aprendiendo a distancia. Con esas dos vías, supusieron que contrarrestarían al menos en parte el efecto de las restricciones. De hecho, las encuestas nacionales de hogares respaldaron esa presunción: documentaron que más del 90% de los estudiantes brasileños tenían al menos dos horas de clases remotas por día. En el caso de los paulistas ese porcentaje era aún mayor, del 92%.
Pero los resultados expusieron un revés brutal. Los alumnos aprendieron poco y nada pese a los esfuerzos. “El aprendizaje a distancia demostró ser muy ineficaz. Sorprendentemente, se encontraron resultados similares en los Países Bajos, quizás uno de los sistemas educativos más conectados y digitales del mundo. Lo que señala que el fracaso del aprendizaje remoto en última instancia no se solucionará conectando escuelas o distribuyendo dispositivos a los estudiantes”, planteó Lichand.
Para el coautor del estudio, es falaz el debate que se produjo a partir de la pandemia, de si la tecnología podrá reemplazar a la escuela. La respuesta es no al margen de que se trate de países más pobres o más ricos. “Por supuesto, existe una gran necesidad de mejoras, pero creo que aprendimos que la tecnología no es un buen sustituto de la enseñanza presencial. ¡Los estudiantes aprenden con las clases presenciales! Por eso, necesitamos que regresen de inmediato y luego sí descubrir cómo hacer para que la enseñanza presencial sea más efectiva”.
Tal así que el retorno parcial a la presencialidad fue la única herramienta que reflejó mejoras en los aprendizajes. En el último trimestre de 2020, pudieron volver a las aulas los estudiantes de los municipios paulistas que menos casos de coronavirus registraron. Si bien sintieron el impacto de seis meses sin clases presenciales, lograron resultados un 20% superior al grupo de control en las pruebas estandarizadas.
Efectos de por vida
Lichand ni siquiera lo duda. Considera que los efectos de la pandemia en los chicos será de por vida, que el margen para compensar las pérdidas de aprendizajes será limitado en el mejor de los casos. Ni hablar de los alumnos que quedarán en el camino.
“Será imposible compensar los efectos de la pandemia: la mayoría de los niños y adolescentes que ya no están en la escuela nunca regresarán. Su futuro estará permanentemente comprometido, desde sus perspectivas futuras en el mercado laboral hasta todas las demás dimensiones de la vida que correlacionan con la falta de un título de secundaria: las posibilidades de experimentar violencia, del abuso de sustancias o de incluso ir a la cárcel”, describió.
Respecto a los estudiantes que sí continúen en la escuela, la pregunta -cree- no debería ser cuánto tiempo llevará amortiguar las pérdidas, sino cómo se logrará. “¿Cómo se enseña a los niños que llegaron de tercer grado directamente a quinto sin haber aprendido casi nada durante el último año y medio?”, planteó. “No se trata solo de estar sentado en el aula el tiempo suficiente. Continuar como de costumbre, como si fuera un año normal, es una receta para el desastre. En el mejor de los casos, estas pérdidas de aprendizaje podrían recuperarse solo parcialmente. En el peor de los casos, podríamos ver un aumento permanente de la deserción escolar, revirtiendo décadas de progreso en los países en desarrollo que habían hecho casi universal lo que es un derecho básico universal: la educación”.