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Massimiliano Strappetti, el hombre que cuidó al Papa hasta el final: el vínculo entrañable entre Francisco y su enfermero personal

Fue mucho más que un asistente sanitario: estuvo con él día y noche, tomó decisiones clave y lo acompañó en su última aparición pública. Su relación con el Pontífice fue de confianza, lealtad y afecto profundo.

La muerte del Papa Francisco dejó una huella indeleble en la Iglesia y en millones de fieles, pero también marcó profundamente a quienes lo acompañaron en su vida cotidiana. Entre ellos, una figura se destacó por su cercanía silenciosa y su dedicación absoluta: Massimiliano Strappetti, el enfermero personal del Papa, que estuvo a su lado durante sus últimos años, y especialmente en sus momentos más frágiles.

Strappetti, de 54 años, no solo fue testigo privilegiado de los últimos días de Jorge Mario Bergoglio, sino también uno de los pilares fundamentales en su atención médica. Su rol, tal como lo retrata Corriere della Sera, fue mucho más allá de lo estrictamente profesional: fue confidente, cuidador y, para muchos en el entorno del Vaticano, “el ángel de la guarda” del Papa.

Una relación forjada en la enfermedad y la confianza

El vínculo entre Francisco y Strappetti comenzó a gestarse en 2021, en el Policlinico Gemelli, cuando el enfermero participó en la recuperación del Papa tras una compleja intervención intestinal. Fue él quien sugirió la cirugía que, en aquel momento, resultó decisiva para estabilizar su salud. Desde entonces, la confianza entre ambos creció hasta volverse entrañable.

En 2022, el Papa creó un puesto inédito dentro del Vaticano: asistente sanitario personal del Pontífice, y lo confió a Strappetti. Desde entonces, fue quien coordinó su atención médica, supervisó tratamientos y mantuvo el contacto permanente con los equipos de salud. Pero también fue el rostro más cercano y discreto en los pasillos de Casa Santa Marta, acompañando día y noche al Papa durante sus convalecencias.

Un último gesto

El lunes 21 de abril, a las 5:30 de la madrugada, fue Strappetti quien dio la voz de alerta: el Papa había comenzado a manifestar signos de gravedad. Llamó al médico de guardia, el doctor Sergio Alfieri, pero ya no había nada que hacer. Francisco tenía los ojos abiertos, pero no respondía. Había llegado el final.

Días antes, durante la misa de Pascuas, el Papa había logrado salir al balcón de la Plaza de San Pedro para dar su tradicional bendición Urbi et Orbi. Fue su última aparición pública. Y fue también en ese momento cuando dirigió una mirada y unas palabras especiales a su enfermero: “Gracias por haberme devuelto a la plaza”, le dijo con una sonrisa fatigada, pero llena de gratitud. Fue un gesto simple, pero que encapsulaba años de confianza mutua.

Más allá del deber

Los testimonios de quienes conocieron esa relación hablan de una conexión que trascendía lo funcional. “Era como un hijo para él”, aseguran desde el entorno cercano. Strappetti, por su parte, atraviesa ahora un duelo silencioso, refugiado en los recuerdos de una misión que desempeñó con humildad y entrega.

Durante los últimos días del Pontífice, fue él quien empujaba la silla de ruedas, quien estaba presente en los momentos privados, y quien veló por su dignidad hasta el último aliento.

Su historia, aunque discreta, quedará ligada para siempre a la del Papa Francisco. Porque hay vínculos que, aun desde el silencio, construyen una cercanía tan profunda que terminan siendo parte del legado de una vida.

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